Hasta entonces los Kirchner tenían una historia con muestras de indiferencia. En 2004 Néstor se demoró con Cristina en Praga, y lo dejó clavado a Putin en el aeropuerto militar de Domodedovo, en una escala en el viaje a China de aquel año. Rafael Bielsa, canciller de entonces, hizo el aguante junto a Putin en Moscú, sentados los dos en modestas sillas de Ikea, frente a un vidrio enorme que daba a la pista, hablándole de Tolstoi, de Evtuschenko, de Rucucu, del mago ucraniano de Olmedo, a un Putin frío, de mirada de hielo.
Al cabo de una hora exacta se acercó un edecán y le dijo algo al oído. Putin le dio un golpecito a Bielsa sobre el muslo izquierdo, y soltó en perfecto inglés: “No es su falta, Ministro”. Se levantó y se fue. Un desaire en serio: era el día de su cumpleaños (7 de octubre) y se había venido de Soci, donde estaba de vacaciones, para verlo a Néstor que llegaría de Praga. El matrimonio se demoró en el paseo, pero argumentó demoras por un problema climático. Lo va a contar mejor, algún vez, Bielsa, que es novelista. Antes de salir, el intérprete le preguntó si le gustaba Manuel Puig. “- Yo traduje todas las obras de Puig al ruso. Soy un hijo auténtico de la educación que me dio la URSS”. Putin -pudo pensar Bielsa- era hijo de lo mismo.
(De la columna “Blindaje radical, Congreso paralizado y el día que Cristina Kirchner se alió a Vladimir Putin” – https://clar.in/3iGVSDU?fromRef=twitter – Avant Premiere, en Clarín de hoy)