PREVISIBLE CHOQUE EN LA ASAMBLEA • NO SUMA NI RESTA • UNA OPORTUNIDAD DE MARKETING PARA MACRI Y LOS PERONISTAS • LES TOCO LA MADRE AL ACUSARLOS DE CREAR INFLACIÓN PARA PASARLA MEJOR • COMO LA VISITA AL PAPA, UNA FORMALIDAD QUE LE PIDE EL PROTOCOLO • NADIE SE ATREVE A APARTARSE DE ESAS RUTINAS QUE NO AGREGAN NADA
Quien que habla en política, sabe lo que le espera. No hace falta saber de semiología para entender los usos del discurso político y su rasgo principal de ser un contradiscurso. Quien lo profiere, lo hace para atacar a otro, arrinconarlo, indisponerlo, colocarlo a la defensiva. El límite es exagerar: nunca obligués a tu enemigo a defenderse. Esperaba por eso Mauricio Macri que el peronismo de la asamblea montase en cólera cuando tocó un nervio que está al aire: la inflación, castigo de los pobres, es una fabricación del populismo. “La inflación existe porque el gobierno anterior la promovió, ya que creía que era una herramienta válida de la política económica”, sancionó apartándose de las explicaciones estándar de ese veneno de la economía.
Para los estatistas de cualquier vereda, la inflación es motivada por la codicia de los formadores de precios; para los ortodoxos, en cambio, es una desviación de la regla fiscal. Pocos se atreven a decir que la inflación es una herramienta de los gobiernos heterodoxos: genera plata sin respaldo que va al bolsillo y produce sensación de riqueza, ingresan impuestos (y mejor si además no se actualizan tablitas y balances) y devalúa costos, principalmente los salarios. Esa perversión nunca la admitiría un político, salvo aquellos que están más allá del bien y del mal. Como Raúl Alfonsín, que dijo alguna vez “un poquito de inflación no vendría mal”, repetido años después por Hugo Moyano. La inflación les permite a los políticos tener ese instrumento que disfraza el eufemismo de “política monetaria”, que en ellos es un permiso para timbearse con la plata ajena, especialmente de quienes menos la tienen.
Eso explica la exaltación de los opositores que jamás admitirán que la inflación es un deseo inconfesable del estatismo. Macri hizo esa acusación como el momento más alto del primer capítulo del discurso, dedicado a castigar la herencia recibida, que describió repitiendo lo que dijo en la campaña electoral y otras apariciones después del 10 de diciembre.
Los peronistas se indignaron cuando Macri los acusó de crear inflación. Igual iban a atacarlo porque él fue también a la carga. Lo esperaban en la Asamblea con carteles tan prolijos que parecían hechos por el Pro
Ese dardo, y la réplica, son algo obvio en un episodio forzado por el protocolo – como es la apertura del año legislativo – y que Macri no quiso entregarle a sus contradictores, que son especialistas en pujas de escenario. Estaba obligado a ir al Congreso; si no quería quedar como un tibio hubiera dado un discurso más corto y menos ríspido. Pero los mirones que le cuentan las costillas para saber si da el piné (guglear este arcaísmo) de presidente lo hubieran castigado por eludir la confrontación. La política criolla está recortada en estos años según el modelo peronista: quien lleva gente a la plaza tiene poder, quien grita más manda mejor. No es el estilo que querría este Macri, que se piensa más como un presidente vecinal, que no quiere cambiar el mundo ni promete ninguna revolución. Verlo ayer en el podio hacía recordar el poema de Baldomero sobre el joven encadenado a la mesa de examen: “Yo tengo un cara redonda, simple, colorada, /los ojos grises y los labios gruesos, /el pelo rubio, la sonrisa clara. /Yo quería jugar, no dar examen/ darlo otro día, si, por la mañana…”
Como la visita al Papa, que le exigía el entorno mediático al que le da exagerada atención este gobierno – sobredimensionar la mirada de los medios fue uno de los errores de la administración anterior, que perdió el poder dentro de un diario enrollado – la visita de ayer al Congreso fue un trámite que cumplieron unos y otros dentro del manual. Una situación de marketing que no agregó información ni valor; ni el discurso archiconocido de Macri, ni en la bronca inveterada de los peronistas. Cada cual atiende a su público. Por ahora.
Apartarse de estas rutinas es un riesgo y por eso ninguno de los dos bancos se anima a cambiar la rutina perversa. ¿Cómo no iba a atacar Macri al gobierno anterior? ¿Dónde se vio que un presidente no mortifique a sus adversarios? ¿Cómo no iba a escandalizarse airada la oposición si la acusaron del inconfesable delito de lesa inflación? ¿Dónde se ha visto que una oposición hable bien de un gobierno? No es grave que eso ocurra, ni se muere nadie si no es de otra manera. Pero como termina siendo todo un torneo de marketing, un bableta opportunity para los opinadores post discursos, cabe preguntarse si vale el gasto de ponerle tanta atención.
Como con lo del Papa, una comedia muda que da para teorías sobre gestualidades como si se supiese de qué hablaron él y Macri, la comedia hablada que fue la Asamblea Legislativa, no expresa lo que la política necesita, que es sinceridad y audacia. Las morisquetas, que fascinan a los lectores de gestos entre el Papa y Macri, esconden en realidad las disidencias y entendimientos que justifican su relación como actores de la política: ellos trafican situaciones de poder y lotes para parroquias, además de otras prebendas menos dignas.
Las pullas en el recinto entre Macri y la oposición tampoco revelan los acuerdos y las diferencias, porque el peronismo está anotado en el reparto de la nueva economía pos buitres, y por eso volteará el cerrojo en cuanto se lo pidan, por más que se escandalicen ante las críticas macristas.
En suma, lo de la Asamblea no da para mucho análisis, salvo que uno se anote en el gremio de los analistas publicitarios, oficio que ejercen los comentaristas del marketing político como si éste explicase los hechos. Les cabe, y es oportuna la cita, lo que escribió el fin de semana Jaime Durán Barba sobre este rango de opinadores: “¿Por qué tanta gente inteligente y preparada se ha equivocado sistemáticamente a lo largo de toda la década? El problema es sencillo: se trata del método. Ellos usan intuiciones ilustradas y trascendentes para enfrentar el vulgar método científico, que se preocupa por analizar y cuantificar la realidad más allá de las simpatías o antipatías de los investigadores”. Si existe ese método científico para mirar la política, algaradas como la del Vaticano o la de ayer en la Asamblea no tienen mucha importancia. Entre otras cosas, porque los análisis se centran en discursos y lo último que hay que atenderles a los políticos es lo que dicen. Hay que mirar lo que hacen.