La insistencia en el acuerdo no debe extrañar en cualquier político que busque superar las estrecheces de la necesidad. El propio Alberto, cuando asumió el gobierno, logró ponerle el moño a las leyes Guzmán de emergencia (diciembre de 2019) y de sustentabilidad de la deuda (febrero de 2020). En su largo rap de renuncia-autobombo, Guzmán recuerda que fueron aprobadas casi por unanimidad.
Deja el consejo de futuros acuerdos: “Será primordial que trabaje en un acuerdo político dentro de la coalición gobernante para que quien me reemplace, que tendrá por delante esta alta responsabilidad, cuente con el manejo centralizado de los instrumentos de política macroeconómica necesarios para consolidar los avances descriptos y hacer frente a los desafíos por delante”. De paso, la mención a “el manejo centralizado de los instrumentos de política macroeconómica”, es el reproche velado a su adversario Pesce.
El volantazo de la “gran burguesa” tampoco debe extrañar en la familia. En el año 2003 Néstor Kirchner asumió con un gabinete en el que estaba Gustavo Beliz, responsable de una agenda garantista en materia de seguridad y justicia. Le duró poco el amor por ese programa. En marzo de 2004 se produjo el secuestro y asesinato de Axel Blumberg. Ese hecho abominable disparó una marea anti garantista en el público, que le hizo girar de agenda.
En julio despidieron con escándalo a Beliz, que fue remplazado por Horacio Rosatti y, un año más tarde por Alberto Iribarne. La adhesión que tuvo Blumberg en la opinión pública movió a Kirchner a un giro de agenda hacia el anti-garantismo, por sobrevivencia, parecido al que ahora amaga con arriesgar, también por sobrevivencia, la gran burguesa.
(De la columna “Cristina Kirchner acuerdista, Alberto Fernández apartado y la vuelta de Felipe Solá” – Avant Premiere, en Clarín de hoy https://clar.in/3AvUfCW?fromRef=twitter)