” – He terminado un libro”. ” – ¿Cómo se titula?” ” – ‘Vivir al contado’, ¿qué le parece?”. Ese cruce con Aldo Ferrer derivó en un diálogo largo y divertido en el cual admitió discutir ese título. Se pusieron varios como posibilidad. Uno de ellos, aportado por uno de los interlocutores, fue “Vivir con lo nuestro”. Pasaron unos meses, y la editorial de Varela Cid lanzó el breve volumen con ese título.
Ocurrió en Mar del Plata hace más de 30 años y pueden haber sido testigos Carlos Baldino (profesor de historia, después senador frepasista) y Carlos Pagni (alumno de historia en la Facultad de Humanidades, después periodista). Ellos colaboraron en distintas etapas de los cursos de los sábados que coordinaba para el Centro Médico de Mar del Plata y pueden haber estado los dos, además de Graciela Romano (profesora de filosofía). Esos cursos – iniciativa de la infatigable Mere Rodríguez Lagares – se hicieron hacia 1981/2, al final del gobierno militar y produjeron una conmoción en la ciudad porque no eran tiempos en los que se hablaba de política.
Esos cursos convocaron a centenares de inscriptos que pagaban una matrícula para escuchar conferencias-debate con economistas, dirigentes políticos, académicos de todas las tribus de entonces. Pasaron por allí Ferrer, Felix Luna, Guido Di Tella, Manuel Mora y Araujo, Julio Bárbaro, Juan José Taccone, para recordar sin mirar papeles. El record está en las páginas del diario La Capital, que entrevistaba a cada uno de los invitados.
Ferrer estuvo un par de veces y en una de ellas se produjo el diálogo que parió el título de su libro emblemático, con el agregado de un subtítulo casi combatiente: Vivir con lo nuestro para romper la trampa financiera y construir la democracia”
Debe haber sido en 1982 porque el libro salió en noviembre de 198; lo había escrito como un programa político para el nuevo gobierno de Raúl Alfonsín. “La opción es clara – decía el prefacio-: el Gobierno argentino se convierte en un simple administrador de la deuda por cuenta y orden de la banca acreedora o reasume el comando de la economía para resolver la crisis desde una perspectiva nacional”.
La cita es emblemática del pensamiento de Ferrer, pero también de su trayectoria política: fue un economista del poder, ocupó altos cargos en todos los gobiernos y su libro “La economía argentina” (1963) fue el manual de formación de generaciones de economistas, pero se pasó la vida criticando la situación del país que él mismo había ayudado a construir. O fracasó como funcionario y publicista o es el símbolo de la misteriosa desgracia argentina, el de un país que tritura talentos en la serie de las desgracias encadenadas, para usar la frase de Quevedo en “El buscón”.
Honesto y persuasivo, estaba en la grilla pública desde 1958, cuando fue el ministro más joven del gabinete de Oscar Alende en la gobernación de Buenos Aires. Desde entonces no se perdió una: ministro de Roberto Livingston y Alejandro Lanusse, presidente del Banco Provincia con Raúl Alfonsín, de la CNEA (energía atómica) con Fernando de la Rúa, director de Enarsa y embajador en Francia con los Kirchner. En todas esas etapas fue un ideólogo de la economía cerrada, algo que se sigue discutiendo si es un acierto técnico o una fenomenal tontería que ha hundido la economía del país más rico de la región. Hace poco aconsejó la creación de una fábrica nacional de automotores para incorporar tecnología nacional y fijar precios testigo. Eso es pro-tejer y vivir con lo nuestro; o mejor, vivir con la nuestra. Deben estar discutiendo en el Purgatorio a dónde mandarlo al Cierlo o al Infierno)por haber inspirado el plan Fénix, que todavía está tratando de hacerle tomar vuelo al pajarraco, que canta hasta morir.
De memoria: cuando lo fui a buscar al aeropuerto de Mar del Plata para acompañarlo el hotel le pregunté sobre la situación económica de ese año, arrastrada por otro turno inflacionario que había llevado a intentos de restricción de precios, como el combustible y la carne (no recuerdo si no había veda de consumo). Con esa voz arrastrada y tanguera que tenía – una de las claves de su poder de seducción, era un formidable explicador – musitó: “– Y… son los pollos”. Y repitió con voz más baja, como abstraído en una reflexión teológica. “– Son los pollos, Zuleta, son los pollos”. ¿Qué pasa con los pollos?, me interesé. “– Mire, para gobernar Ud. tiene siempre que tener pollos a manos, hay que guardar pollos. Ud. se maneja con un buen stock de pollos, los puede traer de Uruguay. Y cuando sube la carne, Ud. manda al mercado los pollos, y baja el precio. Pero si Ud. no tiene pollos, está frito”. Esa explicación azoriniana es lo que más recuerdo de su doctrina económico, y eso que he leído sus libros. Cada vez que estoy ante situaciones de emergencia me viene a la mente esa frase: “Son los pollos, Zuleta”.
Ferrer circulaba como un desarrollista y sirvió a gobiernos radicales – era un habitué de la oficina de Alfonsín en la calle Santa Fe en los años ’90 -, pero era un nacionalista y por eso portador de un estigma de fracaso en el país del estado cautivo. Si Ferrer no pudo con todos los cargos que tuvo, ni aun teniendo pollos ¿podrá alguien?