¿Quién les escribe las cosas a los obispos? El documento del bicentenario “Tiempo para el encuentro fraterno de los argentinos” que le llevaron anoche a Macri, y que en un rato van a presentar Poli y Arancedo, es un mazacote de lecturas viejas sobre la historia argentina. ¿Quién les pide que hablen de eso? Lo hacen para terminar en una defensa del populismo al que evitan darle nombre cuando distinguen entre pueblo y multitud en léxico de anteayer. Tiene frases de diván orteguiano como “Cada uno entre la multitud, lleva escondido el propio misterio, muchas dificultades o miserias y los proyectos más insólitos. En ella la persona queda borrada, su verdadera identidad se oculta. La masa o multitud es el refugio secreto donde cada uno puede disimular, esconder lo que lleva dentro, lo mejor y lo peor. La enfermedad de la multitud es el desconocimiento. Con frecuencia nos sentimos parte de esa multitud anónima e indiferente”. Un horror.
Parecen buscar una apropiación del pasado para hacer política en el presente. Impone una lectura de 1816, que era un proyecto laico y masón, como un capítulo de la historia de la Iglesia. El objetivo, arrinconar con el relato del ayer a la sociedad hoy con la agenda de los diarios (la corrupción, el narcotráfico) que compromete a los curas y a los que no lo son. Elude, de paso, el principal reproche de la sociedad a esa organización, señalada como una guarida de célibes menoreros. Este proceso al conjunto de la sociedad pudo incluir una mención a esa lacra.
No estamos en el mejor momento de la intelectualidad clerical, que ha tenido mejores momentos. Se explica por la demografía inculta en la que recluta a sus hombres. Eso es hoy el partido clerical, que tiene hasta un ala que pide que renuncie el presidente. No extraña: la Iglesia apaña a los populistas porque tienen el monedero más generoso. Pero de eso ya se está encargando Carrió.