Guzmán bajo fuego: la tercera no es la vencida
Aprendizajes. En diciembre de 2017, Elisa Carrió condicionó un apoyo al cambio en la fórmula de ajuste de las jubilaciones, a que en 2018 el aumento superase a la inflación. Nicolás Dujovne se avino a firmarle un “pagaré” en el cual aseguraba que sería así. Lilita todavía lo está buscando para cobrárselo. El recuerdo de aquel compromiso es el antecedente más fiel de la decisión del Senado de Cristina de Kirchner, de voltearle el proyecto de actualización que ensayó esta vez Martín Guzmán. No habrá pago “a cuenta”, y los aumentos serán cuatro veces al año en lugar de dos. La ciencia de los senadores que firman este cambio sin que Cristina muestre la mano, pusieron en crispación el “modo zen” con el cual Guzmán se somete a las esclavitudes de la política. Fue la tercera descalificación a decisiones económicas del ministro, en la construcción del acuerdo con el FMI que le impone el Congreso. La primera fue con aviso, antes de que los senadores publicasen la carta a Kristalina Gueorgieva con críticas por haber hecho macrismo bajo el gobierno anterior. Este cañonazo al FMI se conoció el 16 de noviembre. Pocos días antes, el 12, Guzmán estaba en el palco del Senado que aprobó el proyecto de presupuesto, malogrado por la falta de las planillas de la felicidad. Se levantó de la silla no sólo con el enojo por la chapucería. Fue porque Cristina lo había llamado por señas para que fuese a verla a la oficina de la presidencia de la cámara. En esa charla pudo avisarle que el Senado tenía listo un misil.
Desautorizaciones
La segunda andanada fue el 18, dos días más tarde, cuando el Senado introdujo una cláusula que inhibía al Ejecutivo a tomar deuda en dólares con destino a gastos corrientes, y que se metió como agregado sin aviso en pleno tratamiento del proyecto de ley sobre el endeudamiento. La narrativa oficial fue que el ministro había sido sorprendido en su buena fe. Pero mandó a decir que en realidad había hablado con la comisión que preside Carlos Caserio (Presupuesto y Hacienda) y que esa restricción le parecía un aporte. “Tiene lógica, es sano fiscalmente”, argumentó Economía. Y agregaron que el texto final había sido pulido por asesores de Guzmán, porque la redacción de los senadores era “imperfecta”. Ahora esta tercera mojada de oreja, el cambio de la fórmula de actualización de las jubilaciones, colmó los disgustos de la semana en la oficina de Guzmán. El nuevo proyecto es más caro fiscalmente, y pone al gobierno en sintonía de campaña: no hagamos lo que hizo Macri, que cambió una fórmula que terminó incumpliendo las mejoras, para enojo del padrón que había votado a aquel gobierno. Y que es el mismo al que le vamos a pedir el voto el año que viene. ¿A quién le importa la ortodoxia? A Guzmán desde ya, que ve cada uno de estos pasos como una desautorización de lo que hace su oficina. Sus funcionarios habían pergeñado el sistema junto a Fernanda Raverta (ANSeS) y Claudio Moroni (Trabajo). Al final del día, se trata de un dramón entre ajustadores, porque el toqueteo de la fórmula le permite a Guzmán ahorrarse unos $100 mil millones este año. Los forcejeos son por cuestiones de maquillaje y escenario. Ningún funcionario quiere admitir, jamás, la ley de toda administración: gobernar es ajustar. Y si no te gusta, buscate otro trabajo.
Las insuficiencias del estilo “zen”
La bronca completó una semana de hostigamiento político para el ministro. Se movió en la silla, pero no está para dejarla por ahora. Tiene tensiones con Miguel Pesce, que no trabaja, como él, para la academia, y que se justifica con que debe enfrentar sin intermediarios las demandas de financiamiento del Tesoro y la del público que quiere dólares. Según el Central, a Guzmán nadie le impone restricciones cuando dibuja un acuerdo con el FMI. Hace política ante el espejo, mientras acá estamos en la trinchera y silban las balas. Encima le hacen ruido en la línea quienes hablan del FMI fuera de agenda. “No hay que hablar del Fondo”, se le quejó a Felipe Solá por sus comentarios sobre Mark Rosen – delegado de los EE. UU. en el FMI. La respuesta de la cancillería fue también de trinchera: con ese modo zen ¿por qué no les avisás a los demás ministros qué tienen que hacer? La dimensión de la espuma que levantaron unas declaraciones de Solá lo explica una sola cosa: que Solá conoce bien qué hablaron Alberto y Joe Biden en la trajinada conversación del lunes pasado. Se equivoca quien saque conclusiones creyendo que Alberto y Guzmán no le contaron en detalle todo lo que conversaron. Esos comentarios los recogieron medios que responden a Olivos. Una charla agria entre el ministro y el canciller en la noche del lunes agitó el follaje de Olivos, en donde albergan los adversarios políticos de Solá, que querrían haber ocupado el cargo, como Gustavo Béliz. El diálogo entre los dos presidentes produjo chirridos en el Patria. Alberto no tiene suerte cuando explica, y lo prueba cuando filtró la frase a Biden: “Quiero trabajar junto a usted para ordenar a América latina y creo que, con el Papa como socio, definitivamente, nos va a ir muy bien”. En el manual del tercerismo eso de “ordenar” al continente de la mano de Estados Unidos evoca doctrinas setentistas, pero del otro lado, como la de las “democracias tuteladas” de aquella funcionaria reaganiana tan amiga de aquel general majestuoso, Jeanne Kirkpatrick, que también quiso ser la regenta de todo un continente.
(De la columna “Modelo Regencia para equilibrar debilidades”, Entretelas de la política, en Clarín de hoy – https://clar.in/2VGafwJ?fromRef=twitter