El otro círculo rojo, el de la izquierda de Buenos Aires -que llegó a marcas récord como tercera fuerza en las primarias- agita banderas de fantasía insurgente, exhibiendo el apoyo a los Ortega en Nicaragua o la indiferencia ante los reclamos en el Sur por las ocupaciones violentas en nombre del soberanismo aborigen. Con este y otros gobiernos, de acá y de afuera, los temas de política internacional están siempre al servicio de la agenda doméstica. Si Juntos por el Cambio se indigna por Nicaragua o Venezuela, el Gobierno está forzado a contradecirlo.
No hay que buscar convicciones ni razonamientos ideológicos. Es usar la agenda externa para contradecir a sus adversarios domésticos y buscar alguna identificación con la simbología de la izquierda criolla, que desfila por las calles del centro porteño con banderas y retratos de personajes caribeños a quienes nadie vio nunca por acá. Esas imágenes son una expresión simplificada de su indignación.
El mismo objetivo persigue el silencio oficial ante las quejas de sectores moderados por las ocupaciones violentas de los aborígenes, que se reivindican como mapuches. Si Pichetto le canta loas a Julio A. Roca en la Recoleta, ¿dónde está el negocio de Alberto en abrir el pico en torno a ese reclamo patagónico? El Gobierno prefiere resignar el apoyo que podría tener a una política contraria en las provincias patagónicas.
En esos distritos el peronismo fue derrotado en las primarias, pero el oficialismo valora más el tamaño de la provincia de Buenos Aires, por la cantidad de votos, que el de las provincias del Sur, en donde el rechazo a las ocupaciones se convierte en un tema central del último tramo de la campaña. Es sólo un cálculo numérico, que deja las convicciones en el umbral, porque el peronismo patagónico tiene un compromiso con las reivindicaciones territoriales innegable.
Fotos no, por favor
La guerra al malón termina hiriendo al peronismo de la región, en donde se juega el quórum en el Senado. Pocos quieren estar cerca de la provincialización del conflicto, que precipita el Gobierno nacional al restarle apoyo, por ejemplo, a Río Negro. Alberto hace lo contrario de lo que emprendió con la peste, para desgracia del oficialismo. Cuando estalló el Covid concentró el poder en Olivos y se adueñó del “enforcement” del barbijo, congeló la economía, acaparó las vacunas y forzó a los gobernadores a que adoptasen políticas restrictivas. Llegó a dictar normas que están bajo examen de constitucionalidad en materia de libertades públicas.
Ese modelo de control es el que demolió el voto de las primarias, especialmente en Buenos Aires, que fue el faro de la política sanitaria. Fue una decisión ruinosa para la economía, la salud y también para la política. Eso se llama fracaso. Ahora, cuando se discute la paz en las fronteras, Olivos toma el camino contrario. El voto peronista es firme en las provincias del Norte, pero tiene las defensas bajas en la Patagonia. Los candidatos cristinistas fueron a pedirle una fotografía de campaña a Carlos Verna, cacique del peronismo de La Pampa. Les mandó a decir que tiene un modelo de teléfono celular que no saca fotos.
(De la columna “Oficialismo desinflado, clamor por Mauricio Macri y la interna Martín Insaurralde vs. Axel Kicillof” – Avant Premiere, en Clarín de hoy https://clar.in/3jwNkAu?fromRef=twitter)