Reflotan el debate por la reforma de la Constitución
La violencia del debate sobre estos restos del viejo sistema reabre la discusión sobre los reclamos del peronismo de una reforma de la Constitución, que recurren cada vez que gobierna su partido. Los llamados los hizo esta vez Cristina de Kirchner antes de ser vicepresidenta. En el discurso que dio en una peña tercerista en noviembre de 2018 desnudó su pensamiento: “El 70% u 80% del poder está afuera, en organizaciones, en organismos, en sociedades, en medios de comunicación, cosas que no están reguladas en ninguna Constitución ni en ninguna ley. Por eso es imprescindible darle una nueva arquitectura institucional que refleje la nueva estructura de poder. Hay una estructura de poder que no está reflejada ni en la Constitución ni en la regulación. Es necesario que esa estructura de poder esté regulada e institucionalizada” (Estadio de Ferro, 19 de noviembre de 2018).
Cristina no es persona de libros ni dictámenes, y sus frases siempre tienen pegadas otras influencias, algunas ajenas, como las traducciones que le acercan. Por eso habló en aquel discurso de “gobernanza” -palabreja que no se oye mucho por el Conurbano infinito-. Ahora, embretada en debates sobre su cargo y condición -vicepresidenta reprocesada-, repite los argumentos. “Para hacer una verdadera reforma de la Justicia, la Constitución debería ser modificada”, dijo el 15 de mayo del año pasado para defender los proyectos de reforma judicial de su gobierno. También piden reforma de la Constitución sus consejeros, el principal Raúl Zaffaroni.
Nostalgias imperiales
Tampoco es algo exclusivo de la Argentina ni del peronismo. Hay un clima de época que responde a la crisis de los sistemas políticos, previa a la guerra contra el bicho, que lo ha agravado. Ocurre en Gran Bretaña, cuna del constitucionalismo moderno -aunque ese país simula no tener una constitución escrita, apenas una metáfora- en donde ha triunfado el thatcherismo por sobre lo que los conservadores llamaron “la herejía europea”. Esa “herejía” imponía la noción de que la Constitución debe estar por encima de los políticos: los jueces pueden rectificar las decisiones de un gobierno si viola la Constitución. El Brexit significó la victoria del autoritarismo que emancipó a la Gran Bretaña de su compromiso con el pensamiento europeo de la división de poderes.
Es lo que demonizó Cristina en aquel grito de Ferro de 2018, cuando dijo: “Miren de dónde data: de 1789. De ahí surge la idea de gobernar un país con tres poderes y, además, uno que es vitalicio, que es el Poder Judicial, rémora de la monarquía”. Es un pensamiento muy bolivariano, en sentido literal -ni chavista ni madurista-. Simón Bolívar, el mero mero, soñó para la gran América un sistema emparentado con el británico de su tiempo, una variante modificada de la monarquía, que podía ser útil para asegurar la solidez de la nueva Venezuela. Lo explica bien Linda Colley en otra lectura obligada de estos días, que enseña y sirve, además, de recreo para el aislamiento: “The Gun, the Ship, and the Pen: Warfare, Constitutions, and the Making of the Modern World” (Londres: Liveright Publishing Corp., 2021).
Bolivarismo auténtico
“La veneración que le profesa el público a su monarca -decía Bolívar- es un prestigio que trabaja con fuerza para aumentar el respeto supersticioso hacia su autoridad“. Eso quería Bolívar para la América, cuya organización le birló a San Martín, que era argentino, como el papa Francisco. Le dejó esa tarea a Chávez, la misma que husmean los absolutistas del cristinismo que le responden con cualquier agenda. Cristina pertenece a la especie de los políticos de performance, no de ideas. Nunca vas a saber qué piensa de nada, si cree más en la educación pública o en la privada, o si está a favor o no del aborto. Hay que deducirlo de sus actos, de su performance: rechazó el aborto cuando era presidente; pero habilitó el voto a favor en el Senado cuando ya no lo era.
También se revela como una perfomer cuando exalta el estatismo extremo pero sus hijos cayeron -diría Macri- en la educación privada (él en TEA, ella en el Lasalle). Como a los performers, sus seguidores le exaltan los actos, no las ideas, que no importan mucho. Como no importan las de un rey, que puede ser un genio, el rey bobo o el príncipe pirata (que se les fue, pero aún los guía), pero los monárquicos les van a exaltar el esplendor, el dorado del trono, la belleza de la corona, el armiño de sus capas. Es lo que tiene el poder. Por eso le llaman… poder.
(De la columna “Interna por las protestas, el velorio de Mario Negri y los Cafiero anti autonomía” – Avant Premiere en Clarín de hoy https://clar.in/2QyygXd?fromRef=twitter)