Como todo emprendimiento institucional, es un llamado a un nuevo fracaso político del oficialismo. Con la institucionalización del conflicto de poderes, el gobierno le ha regalado a la oposición la oportunidad de alzarse en un frente por encima de las diferencias, que las tienen por razones proselitistas. Cada vez que la oposición le alzó un muro al cristinismo por razones institucionales, le ganó la partida.
En 2013, ese “annus horribilis” en la biografía de Cristina de Kirchner, ella intentaba una reforma constitucional para su reelección. Entre las PASO de agosto de aquel año, en donde el Frente para la Victoria sacó el 26% de los votos, menos de la mitad del 54% que obtuvo Cristina en la reelección de 2011, y el mes de octubre, la oposición del Senado hizo un pacto para negarle los 2/3 de los votos para esa reforma.
Cristina capituló ante esa iniciativa urdida por el radical Ernesto Sanz y los senadores federales – Carlos Reutemann, Juan Carlos Romero y otros. Ese año hubo otro golpe institucional, cuando la Corte volteó el proyecto de ley democratización de la justicia. Fue otra derrota.
El año siguiente, la campaña contra el proyecto de código penal elaborado una comisión multipartidaria (Federico Pinedo, Raúl Zaffaroni, Ricardo Gil Lavedra) de los renovadores Sergio Massa y Graciela Camaño, le volvió a quebrar el brazo.
Le reprochaban a ese proyecto un exagerado garantismo, que reducía penas en más de 160 delitos. Cristina debió retirarlo. Fue en vano la mano que le dio el papa Francisco para que lo ingresase al Congreso, porque nunca ocurrió, como tampoco pudo ser designado en la Corte el secretario de la comisión que redactó el proyecto, el hoy embajador Roberto Carlés. Está probado que Cristina pierde todas las batallas institucionales cuando la oposición se le pone enfrente.
Esta vez la oposición está dispersa por el compromiso de sus caciques en la campaña para una elección que ellos descuentan como ganada. Los forcejeos por las candidaturas les impiden encontrarse para hacer un balance de esta oportunidad que les da el gobierno, para juntarse en una foto que puede producir el mismo efecto que aquellos frentes que se tejieron en 2014 y que propinaron al cristinismo grandes derrotas, preámbulo de la derrota electoral de 2015.
Ese frente hoy está hoy íntegro en el Congreso, que es de donde puede surgir el clamor que cree necesario un Mario Negri, que como no es candidato puede alzar la voz como jefe legislativo de la oposición. Falta ahora que pongan una pausa Macri, Carrió, Manes, Morales, Bullrich, Larreta, y los demás presidenciables que en el mundo han sido. Es simple ENTENDER por qué Cristina las pierde siempre todas en este terreno: las consignas que defienden la institucionalidad tienen un alto respaldo en los grandes distritos de la Argentina, en cinco de los cuales domina el voto opositor de Juntos por el Cambio, que gana allí, aunque pierda las elecciones.
(De la columna “Una democracia de vivos”, Entretelas de la política, en Clarín del domingo – https://clar.in/3hWZzIh?fromRef=twitter)