Cristina tropezó con la misma piedra
El interés de llevar un caso penal como Vicentin al terreno ideológico es claro: el cristinismo que anida en el Senado tiene que hacer músculo en un momento de extrema debilidad. El jueves, por segunda vez en 7 días, la oposición retiró 29 senadores, en rechazo de tratamiento de proyectos del oficialismo que no tienen relación con la peste, que es la condición que justifica el sistema de sesiones virtuales.
Quedó en evidencia que el peronismo está lejos de los 2/3 de los votos para proyectos de cambio estructural, como los que propone la fracción que lidera Cristina ─por ejemplo, la designación de Daniel Rafecas o la creación de una comisión investigadora para el caso Vicentin, que también necesita 2/3 de los votos de esa Cámara─. Para que pueda crearse, Parrilli propuso que sea una bicameral, porque así se aprueba con mayoría simple, ya que el requisito de la mayoría especial lo tiene el Senado, pero no Diputados.
Esta repetición del retiro de la sesión por parte de la oposición es una derrota de Cristina. Debió evitar que se produjera por segunda vez. Hubiera podido negociar o, en todo caso, suspender la sesión, para evitar que quedase en evidencia su debilidad, que consiste en que una oposición con muy pocas bancas sostenga con firmeza su rechazo al sistema de las sesiones virtuales.
Este formato ha quedado herido, y se suman reproches. El más estridente fue el de la senadora por Mendoza Pamela Verasay, quien se quejó en la sesión de que una semana antes no pudiera conectarse: “No me podían ver, pero me hacían figurar como presente. Me prestaron un código y voté no con mi nombre”. Las leyes que se voten con tan frágil sistema podrán merecer cuestionamientos en la justicia.
Las broncas en el Senado
En el tridente oficialista Cristina necesita recuperar tantos, porque no está cumpliendo con su parte en la tarea colectiva, que es asegurar un Senado que vote proyectos de fondo como los que necesitan 2/3 de los votos. A ella le tocaba esa misión y le cuesta mucho lograrlo. Privilegia pelearse con sus adversarios, cuando la tarea básica de un legislador es construir consensos.
El Senado no es un escenario para gestos testimoniales. Por eso se enoja y enoja a su entorno. Lo hizo venir de La Angostura al secretario parlamentario Marcelo Fuentes en el avión que lo trajo de vuelta a Alberto Fernández. Fue para que asumiese en lugar del prosecretario, el radical Juan Pedro Tunessi, que actuó en su reemplazo en sesiones anteriores.
Marcelo Fuentes con barbijo negro mira a Cristina Kirchner mientras ella le “revolea” una carpeta a María Luz Alonso, secretaria administrativa del Senado. (Juan Manuel Foglia)
Marcelo Fuentes con barbijo negro mira a Cristina Kirchner mientras ella le “revolea” una carpeta a María Luz Alonso, secretaria administrativa del Senado. (Juan Manuel Foglia)
Antes había dicho que la presencia de este radical era la garantía de ecuanimidad del sistema, pero como los radicales se quejan de que Cristina les incumple el pacto de no tratar proyectos no vinculados a la peste, como la reforma de las empresas SAS, parece admitir que ya no necesita que Tunessi garantice nada.
Fuentes es un soldado cristinista, pero no es un cortesano. Terminó su banca en diciembre pasado después ser parte de una cúpula multipartidaria acostumbrada a otra convivencia, la propia del “club inglés”, que es como definió al Senado alguna vez el recordado “Pacheco” Berhongaray (senador radical).
Dejó la banca, junto al trío que manejaba con él la Cámara y que integraban Miguel Pichetto, Federico Pinedo y Ángel Rozas. No parece avenirse al trato que le da Cristina a su entorno, una decena de juniors que caminan junto a ella mientras intentan atraer su atención mostrándole textos con noticias y comentarios en las pantallas de sus celulares.
(De la columna “El caso Vicentin, una necesidad para el peronismo” – https://clar.in/3e2bsGb?fromRef=twitter , en Entretelas de la Política en Clarín de hoy.)