El peronismo es una fuerza en la cual hay un desdén por el consenso, ante el cual privilegia la autoridad, la vigilancia y, en alguna oportunidades, el miedo y la violencia. Eso le impide avanzar en la construcción de acuerdos, que son necesarios, pero los cierra navegando sin luces. Ocurrió para las leyes de la gobernabilidad del último mes, a cambio de las cuales el Gobierno cedió mucho a pedido de opositores sobre dinero para las universidades, el transporte y los municipios. Lo mismo hizo Kicillof, que puede endeudarse y tiene ampliación de gastos, después de negociar aportes a los municipios. Sin eso la oposición lo tenía maniatado. Ocurrió entre gallos y medianoche del jueves, en dos sesiones relámpago de las dos cámaras legislativas de Buenos Aires. Se desbloqueó una situación congelada desde diciembre pasado. Para el cristinismo, quien negocia es un traidor. Por eso la familia vicepresidencial lo arrinconó por hablar con sindicalistas y empresarios.
Los socios Alberto y Massa se recortan por el formato renovador, que siempre mostró confianza en los acuerdos, desde aquellos que cerró, para su desgracia, Antonio Cafiero con Alfonsín a finales de los años ’80. Lo aplastó el otro peronismo. Alberto querría ser Alfonsín –por eso quizás persiste en la inconveniencia del bigote–. Pero en el Instituto Patria querrían que fuera Saadi. Por eso, Alberto no se hace color en el pelo, como aquel veterano dirigente que lucía una de las “carmelas” más renegridas de la profesión –competía en intensidad con la de Juan Perón– y que lo hizo presidente a Carlos Menem. Otro estilista del pelo y de la política. ¿Vieron lo importante es que se hayan abierto las peluquerías?
(De la columna Avant Première “Golpe para Sergio Massa, Elisa Carrió tuitera y las rabietas de Cristina Kirchner:
Con Diputados sin sesionar, pierde su jefe. La líder de la Coalición Cívica marca la cancha desde las redes. Y la ex presidente elude el debate”, en Clarín Política de hoy. https://clar.in/31Dj4K7?fromRef=twitter)