En el momento de más odio, se levanta siempre la niebla del acuerdo. Sigue a la amenaza de la ruptura que nunca llega. Para que el oficialismo y la oposición puedan acercarse hace falta una cuidada due diligence, un examen de inventario, pasivos y activos, y, antes de todo, convenir sobre personerías, para decidir quién acuerda con quién.
Imaginar que los pactistas sean Cristina y Macri es creer que son los jefes del oficialismo y la oposición. Es artificial imaginarlo, y más esperar que un acercamiento no produzca rupturas. En el peronismo puede ser menos cruento porque los fuerza la necesidad de la supervivencia. En Juntos por el Cambio produciría un estallido porque Macri es jefe del Pro, pero no del conjunto, donde conviven la UCR y la Coalición. La condición de esa amalgama es no discutir liderazgos. Y menos los objetivos, que no son los mismos en cada tribu.
En 1993 el encuentro Menem-Alfonsín partía de que eran los jefes indiscutidos del peronismo y del radicalismo. Igual estalló aquella oposición que no compartía el objetivo principal de Alfonsín, que era una reforma que tardó algunos años en demostrarse como beneficiosa. La UCR salió tercera en las elecciones presidenciales de 1995 que siguió al Pacto de Olivos – la peor de su historia hasta entonces. Era víctima del desprestigio de Menem entre los suyos. Pagó caro, pero fue una inversión talentosa. En 1999 ganó el poder con De la Rúa, candidato del cual Alfonsín fue el único elector. Aquella reforma creó, además, las condiciones para que en 2015 volvieran a ganar en alianza con otras fuerzas. Fue gracias a dos instituciones que nacieron de aquel acuerdo: el ballotage y la autonomía de la CABA, que permitió la construcción de poder en el distrito federal.
El objetivo de Menem era el de conjunto del aquel peronismo: la reelección. La obtuvo y logró desplazar al candidato que quería heredarlo en 1995 si no había nuevo mandato: el exitoso Domingo Cavallo, mago de la convetibilidad pero gran víctima de la reforma constitucional.
El país hoy es otro, los objetivos de los socios de cada coalición son diversos y conviven merced a no reconocer liderazgos y dilatar el debate de sus diferencias. Un pacto en ese vértice que representan Cristina y Macri supondría que las dos coaliciones se indentifican con los objetivos de los dos dirigentes, que no los representan.
Macri no es un problema para Juntos por el Cambio, y más después de que adelantó que no será candidato. Cristina sí es un problema para el peronismo. En particular para Alberto Fernández y Sergio Massa, hasta hace 18 meses sus adversarios principales dentro del peronismo. Tienen expedientes más directos, y sin necesidad de la oposición, para recolocarla en el escenario. Especialmente cuando ella viene, en su declaración del lunes, de desentenderse de la gestión de gobierno.
Exagerada fantasía, pero quien habló de acuerdo fue ella. En plan de especular, Cambiemos no avalaría un pacto de Macri, a menos que ofreciese un botín tan jugoso como el que logró Alfonsín en 1993, como desplazarla a Cristina del juego. La oposición podría avalar esa movida, pero nadie sabe qué pediría a cambio el ex presidente.. Ella no estará dispuesta a hacerlo jamás, a menos que le seguren una ficha limpia, como dicen en Brasil. Eso debería precipitarlo, también con un alto costo político, Alberto Fernández con la lapicera que tiene. Puede inspirarse en algún capítulo de la historia política como el que relatamos en la columna Avant Premiere en Clarín del 12 de julio pasado bajo el acápite “Trump descubrió la vacuna contra el lawfare: el indulto” (https://clar.in/3eifR77?fromRef=twitter )
