Desde el gobierno también han buscado blindar la división estos dos amigos. El primer gesto de Alberto Fernández para acerarse a Cristina de Kirchner ocurrió el 31 de diciembre de 2016, pocos días después del primer pacto entre Massa y el cristinismo para voltearle al macrismo el proyecto de ganancias.
Fue la visita a Milagro Sala en su lugar de detención en Jujuy. Significó una pelea con Massa, porque lo hizo sin avisarle en su condición de cuotapartista del gobierno de Morales, a través del vicegobernador Carlos Haquim.
Fue una prueba de sangre con doble destinatario: 1) a Cristina, que cultiva la prisión de la Sala como un emblema de su propio destino. La defiende y obliga a defenderla porque así se defiende a sí misma como una perseguida política; 2) el otro destinatario es Massa: mostrarse junto a la Sala es un gesto de militancia irreparable. Es la prenda para mantenerlo a Massa lejos de la tentación de reencontrarse con Morales en algún atajo.
El ciudadano Massa simuló ser diputado
Estos rescoldos echaron humo durante la semana que pasó. Morales hizo un brindis por la llegada de Massa al gabinete y debieron explicarle en la cámara de Diputados por qué el bloque de Cambiemos debía abstenerse en la votación de Cecilia Moreau, su delegada, como nueva presidente.
Costó esa unanimidad, porque había librepensadores del PRO y de la UCR que querían votar, algunos en contra, y otros a favor. Primó la estrategia de Mario Negri, jefe del UCR: lo último que le convenía a la oposición era un titular del tipo: “Efecto Massa: dividió el voto de Cambiemos”.
Eso lo convenció a Facundo Manes de abstenerse. Costó este voto, como le ocurrió al interbloque lavagnista del “Topo” Rodríguez. Graciela Camaño promovió el rechazo con una oratoria inspirada pero esperable: no la votó porque ella no es ni radical, ni kirchnerista ni “verde” abortista.
Ironizó, además, fuera de micrófono, sobre quién era ese ciudadano raso que presidía la sesión sin ser diputado y que además se dio el lujo de hablarle a los diputados desde la silla de presidente. Era Massa, que, en su afán por darle boato a la despedida, presidió la sesión – con claque propia en los palcos – cuando ya no era diputado.
Memoria y Justicia
También arrinconan a Massa algunas tangentes resbaladizas, que forman parte de su perfil. Es el premier de un gobierno que tiene como programa central una reforma judicial que, según la oposición, persigue anegar las causas judiciales de ex funcionarios del peronismo, como Cristina. Esas reformas han prosperado en el Senado de Cristina, pero han naufragado en Diputados, cámara que él debía controlar y en donde hay mayoría del peronismo.
Tiene derecho Cristina a pensar que Sergio – hábil denunciante de ella durante una década – no ha hecho mucho por mover esos cartapacios. Tiene derecho a la memoria y no olvida las relaciones privadas de Massa con otros martillos sobre ella, como el fallecido Claudio Bonadío, o el fiscal Carlos Stornelli.
Massa ha evitado, además, participar de peleas de superficie sobre temas judiciales. Con la misma memoria, ella puede quejarse de que Alberto Fernández no ha usado la lapicera para filmarle un mísero indulto que le permita normalizar su vida, y a él, para sacarse la sombra de ella de encima. Hay antecedentes: lo hizo Gerald Ford en 1974 para liquidar el último crédito que podía quedarle a Richard Nixon después de su renuncia por el Watergate.
(De la columna “Sergio Tomás o la capitulación final”, Entretelas de la política, en Clarín de hoy – https://clar.in/3oZrZ4S?fromRef=twitter)