Mauricio Macri se anocheció, después de un día de mucho viaje y pantalla – había que mirar en detalle la algarada sindical y seguir el relevo del Mago Galuccio en YPF – con una reunión con Susana Malcorra para discutir qué hará el gobierno para celebrar el segundo centenario de la república – el gobierno prefiere evitar el lema “bicentenario”, contaminado de kirchnerismo desde 2010.
Esta semana salieron las invitaciones a jefes de Estado de todo el mundo para que se acerquen el 9 de julio a Tucumán para el acto central, pero falta resolver un asunto crucial: ¿le van a dar el formato adecuado para que esté presente el rey Felipe VI° de España, la derrotada hace doscientos años? Para tamaña majestad no basta con mandar un mail, porque el monarca no está para cualquier protocolo, y menos en estos festejos independentistas en la América morena, adonde el Borbón puede recibir algún agravio, nada más que por recuerdos de vidas pasadas.
El canciller José Manuel García-Margallo lo dejó claro con oscuras palabras cuando le dijo a Macri dos semanas atrás en Buenos Aires: “Hace dos siglos nos tocó perder a los españoles, pero no podemos estar afuera de las celebraciones”. Los emisarios del rey ya han dicho que, si hay un acto con relieve, Felipe viene, pero que sea en Buenos Aires y no en lugares en los que es difícil mover una comitiva y tener comunicaciones adecuadas al boato del traslado. La corona tiene – si no hay un marco adecuado – al rey emérito Juan Carlos I° para estas suplencias, pero enviarlo sería menos honorable que reducir la comitiva a un canciller.
El apuro por resolver esta invitación hace transpirar a los diplomáticos encargados de los actos porque el presidente de Italia Sergio Mattarella ya ha mandado a decir que no perderá el acto en Tucumán. Fiera venganza la del tiempo: ¿puede la Argentina festejar el bicentenario de la Independencia con el jefe de Estado de Italia y sin el rey de España, desairando a una de las dos grandes familias de la inmigración?
Tiene razón la casa real en el recelo a llevar al rey a las lejanías norteñas, porque ya se sabe cuál es la idea de Macri: inaugurar la fiesta del 9 de julio con una vigilia en Humahuaca en la noche del 8. Ese formato celebratorio lo tomó el presidente, como otras tantas rutinas, de radicalismo, que abre y cierra campañas por las comarcas del altiplano, invocando pachamamas, oliendo yerbas y probando caldos en los que lo introdujo Gerardo Morales – antes enemigo, hoy tan influyente sobre Mauricio.
El jueves descendió sobre la gobernación de Tucumán el grupo de tareas que es responsable de los actos julianos, que integran los ministros Hernán Lombardi, Pablo Avelluto, el subsecretario General de la Presidencia, Valentín Díaz Gilligan y el responsable del plan Belgrano, José Cano. Ante el local Julio Saguir – delegado de Juan Manzur para estas changas -, el grupo se dividió. Los venidos de Buenos Aires piden Humahuaca; Cano quiere hace todo en Tucumán. Si el Papa no quiso venir, ¿vamos con la Pachamama? Un entretenimiento para Mauricio, un laico de la derecha erótica que se divierte con las formalidades de escenario.
Son fruslerías de formato, pero para un gobierno que confía en las señales de marketing son una preocupación. Más cuando el mensaje es que la presidencia Macri busca una reconciliación con el mundo, o con el otro mundo al que titeaba cuando podía el kirchnerismo. En ese reseteo España tiene un lugar central, porque la corona fue uno de los blancos de ataque para el anterior gobierno, al que le aplicó el método más puro del kirchnerismo bipolar: primero abrazó a España y le regaló Repsol, después la echó como si se hubiera robado la petrolera. Y para terminarla, pagó a precio de oro la estatización de las acciones que son… de petróleo.
La idea del gobierno es recomponer la amistad con España, pero lo demora todo que ese país no tiene gobierno, y lo tendrá recién en junio, cuando se haga la segunda elección, por el fracaso en lograr número para investirlo. De ahí que se manden señales como la autorización a la firma Air Europa para que cubra la línea Madrid-Iguazú-Córdoba ida y vuelta, sin pasar por Buenos Aires. Es una señal a los españoles, pero también a Juan Schiaretti, que estará en Madrid el 12 de mayo para lanzar ese negocio. Una mano al amigo, que se mantiene lejos de la nueva cúpula del PJ y puede ser clave en las legislativas del año que viene. Schiaretti se irá después a China junto a Miguel Lifschitz (Santa Fe) y Gustavo Bordet (Entre Ríos), en busca de negocios para sus provincias.
Macri apartó tiempo ayer, al regresar del fugaz paso por Tucumán, para atender al presidente de esa línea española, José “Pepe” Hidalgo, ex dueño del club Salamanca, que ingresó al despacho presidencial junto al embajador Ramón Puerta antes de la llegada de la canciller.
En la charla de Malcorra con Macri, a media tarde de ayer, se evaluó la posibilidad de que haya una comunicación con el monarca más cálida que la invitación fría que ya respondió Mattarella, y también el primer ministro de Canadá Justin Trudeau, y la mayoría de los presidentes de la región. Para esas fechas descuentan en la Cancillería que Dilma Rousseff habrá pasado a disponibilidad para el juicio político, y que la estrella de ese acto será Michel Temer, vicepresidente a cargo en Brasil y que estará buscando aprovechar cualquier vidriera que se le ofrezca para brindar por su futuro.
De paso, Brasil ya le hizo saber al gobierno que está interesado en que no use la expresión “golpe de estado” cuando traten de defender a Dilma. “Pero eso lo dijo la propia Dilma”, se responde de aquí. “– Sí, pero fue otro de sus errores”. Lo que más molesta a los brasileños es que en la Argentina y otros países que se dicen amigos de Brasil, los propios defensores de Dilma hayan instalado la idea de que es un golpe de estado. Con eso, dicen, perjudican no sólo la imagen de su país en el mundo; también le bajan la nota a Brasil en cualquier calificación. Se entiende, ¿qué gobierno en el mundo va a querer negociar, visitar o valorar a un país en donde hay un golpe de estado? El gobierno Macri cumplió con eso al mandar a Malcorra a hablar el jueves en una conferencia de prensa sobre la importancia del vecino, algo que parecía inexplicable, pero cuyo motivo está en la queja de Brasilia.
Antes de los festejos, Macri habrá estado en Medellín, adonde está comprometido a hablar en el “davitos”, el Davos Latinoamérica 2016 que hará el 16 y 17 de junio. No está muy convencido del traslado, pero debe asegurar la plaza para que ese encuentro internacional en 2017 se haga en Buenos Aires, como está prometido (negociado, más bien, porque es una cumbre de negocios en la que corre efectivo). Después estará (4 y 5 de julio) en Bruselas y Berlín. Pasada la fiesta, recibirá en la tercera semana de julio a Enrique Peña-Nieto, visita que tendrá también aire emancipatorio, porque la idea del gobierno es que los actos no se concentren en uno solo día (el 9), sino que extiendan a lo largo del mes de julio. La intención es diferenciarse de las algaradas callejeras del otro bicentenario (el de mayo de 2010) y marcar contraste con el estilo kirchnerista. Y desde ya, claro, no exhibir al gobierno gastando dinero en tiempos de crisis.