LOS ENVIADOS PERSONALES RECORRIERON OFICIALISMO Y OPOSICIÓN • UNO DE ELLOS FORMA PARTE DEL C9 QUE COGOBIERNA CON FRANCISCO • EL OTRO RETÓ A ARANGUREN CON LA ENCÍCLICA EN LA MANO • LOS DOS SE REUNIERON CON LA CONFERENCIA EPISCOPAL • 2 X 1= 0 • OFICIALISMO Y OPOSICIÓN SE ACUSAN POR LO QUE CREEN SON, NO POR LO QUE DICEN O HACEN • LA INTRANSIGENCIA, EL TERCER DEMONIO • PIROTECNIA DE CAMPAÑA PARA GANARLE CASILLAS AL ADVERSARIO • LORENZETTI VS. ROSATTI • ASESORES JURÍDICOS VS EL OPERADOR JUDICIAL • LAS REVELACIONES DE BALZA
Difícil imaginar una semana tan sobresaltada como la que asistió al debate del 2×1, que desató un tercer demonio, si es que eran sólo dos: el de la intransigencia. La puja entre oficialismo y oposición, para sintetizar de manera telegráfica qué juego juega cada cual, bajó el nivel del debate al de una pelea en el barro. Cada cual atacó al otro no por lo que dijo o hizo, sino por lo que cree que es. Eso sirve para algo muy eficaz en una campaña: resignificar la conducta del otro desde los prejuicios. La oposición peronista busca desde 1983 sacarse la culpa de haber apoyado a un candidato indultador como Italo Luder, y de haber boicoteado el plan Alfonsín de revisión del pasado. Ahora acusa al gobierno de Cambiemos -que contiene nada menos que al radicalismo, que juzgó a las juntas – de ser de derechas. Y como los represores eran de derecha, afirman que buscaron el 2×1 para beneficiar a los represores. Lo argumentan examinando lo que escribieron y dijeron en el pasado los nuevos jueces de la Corte y los exponen como pro-represores.
Enfrente, el oficialismo se compra la película de un peronismo de izquierda. Y como las víctimas de la represión clandestina eran de izquierda, los señalan reivindicar banderas setentistas y les gritan “Justicia no es venganza” (Carrió en la última sesión de los diputados). A falta de argumentos solventes, imaginan conductas detrás de bambalinas y propósitos de política parda, como que el macrismo quiso halagar a la “familia militar” buscando el favor de un millón de votos. Imaginemos que ese segmento del electorado existe, ¿votaría las listas de Magario-Cristina? Si existe, ese millón de votos ya es de Cambiemos y volverá a serlo en las elecciones.
El episodio ha servido para señalar posiciones de forma y de fondo que ya se conocían. También para que algunos protagonistas saquen ventaja en carreras de pago chico, como la que se libra por el control de la Corte entre Ricardo Lorenzetti y Horacio Rosatti, o entre los caciques jurídicos del macrismo – José Torello y Fabián Rodríguez Simón – con el influyente judicial Daniel Angelici. En el cuadro grande ha sido un capítulo de la pelea Carrió-Lorenzetti. También del peronismo contra los nuevos jueces de la Corte. Rosatti es el peronista huérfano; nadie lo defiende en la oposición, pese a haber sido ministro kirchnerista, porque creen que les sacó la silla cuyo destino debían haber decidido ellos. Carlos Rozenkrantz, en cambio, es el adversario de fondo para el peronismo; encarna lo que ellos más rechazan, ser un liberal en el sentido anglosajón, que sostiene consignas contradictorias con cualquier programa populista. Entre el peronismo y Rozenkrantz hay algo personal. Tampoco lo defienden mucho los radicales, pese a su pasado alfonsinista, porque les sacó la silla que ellos creen que debían proveer. Si los dos partidos hubieran podido poner los nombres para las vacantes de la Corte que heredó Macri en 2015, una silla hubiera ido para Miguel Pichetto y otra para Ricardo Gil Lavedra, pero la historia fue otra (Ver el capítulo “La Corte de Mauricio” en el libro Macri Confidencial, Bs. As.: Planeta, 2016). Detrás de estos artificios, las víctimas piden justicia y los verdugos piden clemencia sin quebrar el pacto de silencio, que impide superar el trauma más profundo y lacerante de la Argentina contemporánea.
El debate del 2×1 se libró en la justicia y en el Congreso, pero rozó también uno de los sectores de importancia creciente en la Argentina, la Iglesia. La emergencia de que Francisco sea argentino, ha recreado el factor eclesial como factor de poder, algo que parecía del pasado. El pontífice mira de lejos, pero con lupa, todo lo que pasa por acá, como si fuera aún el arzobispo de Buenos Aires. Habilita también movimientos de hombres ligados a su persona que recorren el país en su nombre transmitiendo mensajes y levantando informes. Se les discute la personería, pero es innegable que tienen su mandato para ser escuchados. El más notable, y que estuvo una semana en Buenos Aires, es monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, responsable de la Academia Pontificia de Ciencias, que se vareó en reuniones del gobierno, pero que también compartió escenario con notables opositores. Lo más importante fue su gira por despachos oficiales, que incluyó una charla ante una cumbre de ministros de minería de toda América, en la Casa Rosada. La exposición de Sanchez Sorondo destacó el perfil ambientalista del papa Francisco en los términos de la encíclica Laudato Si. Advirtió sobre los peligros de contaminación de la actividad minera y también sobre la necesidad de que las ganancias de las empresas se derramen también entre los habitantes de las zonas en donde están los yacimientos.
En un tramo del encuentro se cruzó con el ministro de Energía de Chile que le leyó la lista de los beneficios que la minería aporta la humanidad. Sánchez Sorondo le respondió: ” No puedo más que compartir las loas a la minería ya que las minas son una creación de Dios. Pero esos beneficios deben llegar a todos, especialmente a los más necesitados”. Siguió una reunión con el ministro Juan José Aranguren, ante quien le repitió los argumentos de ambientalismo pío. Le recordó los daños que se siguen del uso de combustibles fósiles, y Aranguren lo corrió con la lista de proyectos del gobierno para desarrollar las energías renovables con fuentes alternativas. Como muchos debates, terminaron quejándose de lo mal que se comunica todo. El visitante admitió el argumento, pero agregó que, si los beneficios de la minería llegasen mejor a la gente, más allá de la comunicación, el público le reconocería los aportes, como ya lo hace con el campo. Aranguren no tuvo respuesta. La agenda del obispo incluyó otros despachos, como el del secretario Pablo Clusellas, que le leyó la cartilla del “gobierno abierto”, algo que Francisco intenta imponer en el Vaticano ante la resistencia de la vieja guardia. También se vio con el ministro de Trabajo Jorge Triaca y con el presidente del Banco Nación Javier González Fraga.
Jorge Triaca y monseñor Marcelo9 Sánchez Sorondo en la oficina del ministro. Fue otra de las escalas el visitador papal.
El enviado papal también halagó algunas mesas opositoras, como las que compartió en el seminario anti-mafia que organizó el neo kirchnerista y francisquista Gustavo Vera en el municipio de Esteban Echeverría, en donde gobierna Fernando Gray. De esa tenida participó el ex funcionario de inteligencia kirchnerista, Marcelo Saín. Este sabatellista repite ante quien quiera escucharlo que Mauricio Macri es jefe de una mafia. Esa presencia de Sánchez Sorondo se salpimentó con la de la procuradora Alejandra Gils Carbó, el ex secretario de Comercio Guillermo Moreno y los jueces federales Sergio Torres, Sebastián Ramos, Carlos Vera Barros y Sebastián Casanello. En uno de los paneles, el legislador Vera dio una definición contundente: “Es sabido que en el nacimiento del capitalismo se encuentra la mafia, allí Inglaterra sometiendo al continente africano, o España con América Latina, mientras que el caso Rusia el crecimiento de la mafia fue de 1992 al 2000, de hecho llevando el lavado de dinero al fútbol inglés. De allí los orígenes de Putin”. Chan. El obispo completó su gira con una jugosa y densa conferencia ante los obispos de la cumbre episcopal de La Montonera sobre las nuevas formas de esclavitud. Prometió venir en junio para una conferencia sobre trabajo infantil.
Los obispos Jorge Lozano y Marcelo Sánchez Sorondo en la cumbre anti mafia que organizó la oposición peronista en el partido de Esteban Echeverría.
Cada uno de sus anfitriones le preguntó si el Papa viene al país o no. Sanchez Sorondo repitió lo que ya se contó: que teme que sea utilizado agrandar la división que percibe entre los argentinos y que lo van a tironear de un lado y de otro (Por qué el Papa no quiere venir a la Argentina – http://clar.in/2oeT8j5). Dijo haberlo escuchado de su boca, pero agregó que él en lo personal cree que en algún momento vendrá para erigirse como hombre de paz ante esa división. Para eso los visitadores, que se reunieron a solas, por turno, con el plenario de la Conferencia Episcopal.
Con menos estridencia hubo otro visitador papal de más alto rango aún, ya que integra el C-9, el grupo de los nueve cardenales encargados de la reforma del Vaticano. El cardenal congoleño Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa, que estuvo en la cumbre de obispos de La Montonera con un séquito de religiosos africanos, se paseó por el barrio de Flores siguiendo el itinerario biográfico de Francisco, y terminó en Mar del Plata homenajeado por la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino. Esta congregación está conducida por el dominico Aníbal Fosbery. una estrella del conservadorismo clerical. Por su jerarquía, el cardenal congoleño fue acompañado por el director general de culto católico de la Cancillería, doctor Luis Saguier Fonrouge; pero no estuvo el obispo local Antonio Marino, que se hizo representar por su vicario. En Buenos Aires le rindieron honores el obispo Mario Poli y el nuncio Emil Paul Tscherrig. Se entiende, es el hombre de más alto rango del Vaticano que ha visitado la Argentina en mucho tiempo. De paso, pertenece a una de las familias reales de Basakata. Su segundo nombre, Monsengwo, significa “sobrino del jefe tradicional”. Apenas asumió, Francisco lo designó en el grupo de ocho obispos de los diversos continentes a cargo de la reforma de la Curia Romana y de la revisión de la Constitución Apostólica Pastor Bonus. Este grupo fue luego extendido a nueve miembros y se lo conoce como el C9.
El cardenal congoleño Laurent Monsengwo Pasinya cumplió una detallada agenda en la Argentina. Integra el gabinete del C-9, que asesora al papa Francisco en las reformas vaticanas. Estuvo en la cumbre de obispos de Piilar, se paseó por Flores y terminóm en Mar del Plata en la ulytraconservadora universidad Fasta.
Tanta pompa eclesial no logró tapar la presencia del ex sacerdote y activista clerical Leonardo Boff, estrella del tercerismo criollo. Estuvo con la CGT, dio conferencias, estuvo en la Feria del Libro y animó una noche en Almagro, en el quincho del ex embajador en el Vaticano, Eduardo Valdés. Hizo coincidir esa visita con la de Dilma Rousseff, un testimonio de un mundo que fue. Visitó los santuarios del kirchnerismo, que también pertenecen a un mundo que fue, como la facultad de Periodismo de la universidad de La Plata que le dio un título honorífico, el mismo que han recibido otras célebres mordazas (a la prensa) como Evo Morales y Hugo Chávez. Tiene sentido, insiste en que los males de la política son responsabilidad del periodismo, algo que el feísmo platense premia consecuentemente. Dilma, que se dice no creyente y ha tenido distancias con Francisco, debió aguantar los elogios de Boff acerca del Papa argentino.
Dilma Rousseff compatió quincho con Leonardo Boff, invitado por el ex embajador en el Vaticano Eduardo Valdés.
Para no alejarnos mucho de las corporaciones, pongamos una mirada sobre la clásica Mesa de los Jueves que sesiona en el Plaza Asturias de Avenida de Mayo. Por allí pasó el general Martín Balza, hombre clave de la transición democrática y la definitiva subordinación militar al orden constitucional. Le preguntaron por el 2×1: manifestó su disidencia moral, pero señaló que está de acuerdo con el principio positivista de la ley penal más benigna que usaron los supremos. Aportó un largo anecdotario de su carrera militar, y también de su actuación política. Como cuando era jefe de la brigada de montaña de Neuquén y rindió a la unidad amotinada en Las Lajas en 1987 junto a los “carapintadas”. Esa capitulación tuvo, dijo, un efecto dominó para la caída de otras unidades rebeldes. Emparentado con Raúl Alfonsin (su hermano Ramiro estaba casado con la hermana del militar), no obtuvo ventajas en el escalafón por ese parentesco político. Cuando se produjo la rebelión militar que encabezó Seineldín, el presidente lo consultó acerca de la posibilidad de trasladar el gobierno a su brigada si las cosas se complicaban. Ajeno a las causas judiciales por violaciones a los derechos humanos (pasó gran parte del Proceso en el exterior en cursos de capacitación y perfeccionamiento) era pública su postura de subordinación al poder civil. Habló del “Pacto de Villa Martelli”, a partir del cual aceptó pasar a retiro. Con el adelantamiento de la asunción presidencial de Carlos Menem, Balza que ya no tenía mando de tropa y estaba listo para retirarse, dirigió el desfile del 9 de julio de 1989. El riojano se dijo tan encantado con la parada militar, que le indicó al jefe de Estado Mayor general Cáceres “dele un puesto”, designándolo subjefe del Estado Mayor Conjunto (un puesto casi honorífico). Con el fallecimiento de Cáceres fue promovido a subjefe del Ejército y de allí a la jefatura durante todo el resto de presidencia menemista. Compartieron la tenida con Balza, Fernando Finvarb, Leonardo Busquet, Diego Barovero, Santiago Senen González, Arnaldo Goenaga, Benito Jablonka, Ruben Derlis, Ricardo Lopa, Marina Bussio, José Rodríguez Cabarcos, Juan Montenero, Darío Garcia Perez y Silvina Fraga.
El general Martín Balza contó anécdotas miliatres y civiles en una peña política de Av. de Mayo. En la foto, junto a Diego Barovero.