El 28 de octubre de 1998 Carlos Menem le puso un ponchito a la reina de Inglaterra. El viaje de Carlos Menem a Gran Bretaña en 1998 movilizó una amplia cobertura de prensa. El almuerzo de las delegaciones en el palacio de Buckingham motivo que la prensa oficial permitiese el acceso al palacio a un grupo pequeño en representación de la prensa gráfica y de la TV elegido por sorteo. El único personal de prensa que pudo ingresar fue el fotógrafo de la presidencia, Víctor Buggé, que registró las imágenes. Me tocó a mí representar a la prensa escrita para informar, después, de lo ocurrido durante el almuerzo. Lo hice con todo detalle ante decenas de colegas que esperaban. Este es el relato que hice para el Diario Ámbito Financiero.
– Alberto Pierri: «A lo mejor ustedes no entienden bien aquí lo que son para nosotros las Malvinas. Para nosotros son importantísimas; son… ¿sabe cómo? Como la bandera».
Felipe, duque de Edimburgo, pareció agarrar con más fuerza la copa, en la sobremesa ayer del almuerzo entre los monarcas ingleses y la comitiva de Carlos Menem. Pierri, cebado, insistió, intérprete mediante: «Para ustedes a lo mejor, como las islas están lejos, son menos importantes…»
Felipe: ¿Sabe qué pasa?
Pierri: …
F.: Hay cosas que podemos quizás hablar a solas, entre pocos, pero que no podemos hablar en público. Ustedes no saben lo que es la presión de la prensa acá.
P.: Me lo va a contar a mí, no sabe lo que es en mi país.
F.: Ustedes deberían ser más seductores con los isleños. Tratar de acercarse más a ellos.
P.: (Riendo): Entonces está todo arreglado.
F.: ¿Por qué?
P.: Porque tenemos al seductor más grande de la Argentina, para las Malvinas y para todo lo demás.
F.: (Con gesto intrigado) ¿Quién es?
P.: Ese -y señaló a Carlos Menem, que cuchicheaba cortesías con Isabel II, muerto de curiosidad por lo que hablaba el diputado con el regio consorte.
Con ese olfato pampa con que aborda otras cuestiones, Pierri se adueñó ayer del centro de la escena en el almuerzo que la reina de Inglaterra les ofreció a Menem y su comitiva -la oportunidad de más simbolismo social; de la cuestión de más alta significación política de este viaje: la querella por las islas Malvinas-. No conforme con este diálogo que puso nervioso a Di Tella («No se te habrá ocurrido hablar de Malvinas», urgió por lo bajo a Pierri cuando ya era tarde), el jefe de los diputados se acercó a la propia reina a la que le repitió todo el diálogo, que fue festejado de nuevo con chanzas.
En la ocasión de más alto perfil que podía darse en esta visita de Menem, la reina le brindó ayer en el Palacio de Buckingham un almuerzo al que el presidente concurrió acompañado por su hermano Eduardo, su hija Zulemita, Pierri, Di Tella, Alberto Kohan, el embajador Rogelio Pfirter y el gobernador de San Juan, Jorge Escobar.
La ceremonia -a la que asistió este cronista como único testigo de un medio gráfico– se inició con una pomposa recepción que le hizo a Menem y Zulemita el matrimonio real. Estos esperaban con gesto aburrido, callados, encorvados, sin dirigirse la palabra durante más de 20 minutos, detrás de un vidrio traslúcido, en un vestíbulo del palacio a que llegase la limusina Cadillac que usa el presidente. Cuando algún edecán les avisó que se producía la llegada, cruzaron una puerta de vidrio y se exhibieron junto a un puñado de cronistas para saludar a Menem y Zulemita. La reina, con zapatos negros que desentonaban con un tailleur rojo furioso, y Zulemita (visiblemente emocionada, con los ojos húmedos) cruzaron un apretón de manos. Menem, de traje oscuro como el príncipe Felipe, se inclinó levemente (casi a la usanza española, pero sin llegar a la prosternación del súbdito) ante Isabel y se apartó con Felipe.
Desconcierto
Fue el propio Felipe quien llevó al presidente hacia el inmenso patio de ripio rojizo donde estaba formada la División de la Casa Real, un centenar de soldados ataviados con rigurosos uniformes grises y los clásicos morriones altos y peludos («¡Qué plumeros!», los bautizó Pierri apenas los vio, seguramente sin saber que son de piel de oso). Menem miró desconcertado hacia atrás. El libreto preveía que los acompañase su edecán y un secretario del duque, pero no había nadie. Felipe lo animaba a caminar y veía que quedaban atrás Zulemita, Isabel y la traductora Ana Braun, que comenzaba a interpretar las preguntas que en voz baja le hacía la reina a la primera dama criolla. Llegaron Menem y Felipe al gran patio; el comandante de la división presentó a la tropa y una banda interpretó el Himno argentino abreviado. Felipe le seguía hablando a Menem en inglés; éste respondía con sonrisas. Caminaron hasta un extremo de la primera fila. Mientras la banda entonaba una especie de marcha de «La guerra de las galaxias», Menem comenzó a recorrer a los soldados sonriéndoles. Felipe, demorado por su estado físico, se quedaba atrás de nuevo. Menem, ya lanzado a improvisar por la falta de traductores, terminó de revistar a la primera fila e -insólito en las costumbres castrenses- siguió con la segunda fila, alcanzado apenas por un balbuceante Felipe que intentaba entender el ritual del argentino que podía seguir, como venía la mano, con cada instrumento de la banda que seguía tocando.
Cuando terminó la revista, las dos parejas se reencontraron y subieron por una escalera hasta el salón 1884, bautizado así porque ese año fue usado por el zar Nicolás de Rusia. Lo que hablaron los comensales con sus compañeros de mesa dará para una reseña que nunca terminará de hacerse.
La usanza real impone que la reina y el consorte hablen con quien tienen a su lado por turnos, con cada plato. Primero a la derecha, después a la izquierda. Por eso la reina habló, respectivamente, un rato con Carlos y otro con Eduardo Menem. Lo mismo el duque, que alternó con Pierri y Zulemita, a medida que se iban sirviendo la entrada de croquetas de Homard con la salsa Newberg, el filet de asado con zanahorias, las papas a la Dauphinaux y el postre de naranjas al almíbar. ¿El vino? Chassagne-Montrachet 1995, Morey-St.-Denis 1988 y Royal Vintage 1960. El menú, prolijamente descripto en francés, fue entregado a cada comensal.
Como no hubo charlas cruzadas de un comensal a otro, los secreteos -según los protagonistas- no pasaron de lo trivial: el polo del duque, la carne, el pato, el hockey sobre patines de los sanjuaninos, la biografía parlamentaria de Pierri, el fútbol, los vinos, los viajes, La Rioja, la economía de Menem. El presidente retuvo con mayor atención una frase de la anfitriona: «Cada vez que alguien me habla de la Argentina, me habla bien de usted y de lo bien que lleva la economía». El presidente respondió con el rap de la modestia con que suele contar las realizaciones de su administración.
Edades
Cuando vino la hora de la sobremesa fue cuando Pierri abordó el tema Malvinas con Felipe. Eduardo Menem se acercó a la reina y le bromeó: «No sé qué le habrá dicho mi hermano, pero soy ocho años más joven que él». Zulemita lo cruzó riendo: «Pero mi papito se ve más joven».
También terció Guido Di Tella en la charla. Dirigiéndose a Isabel en un impecable inglés, le comentó: «Yo tengo una nuera inglesa». La reina, que no pareció entender lo que le decía, contestó sonriendo: «Todos deberíamos tener una nuera inglesa», lo que provocó más risas. Menem, más serio, le dijo a la reina y al coro que se fue formando de a poco para escucharlos a ambos, ya en voz más alta:
Menem: Yo entiendo el pasado, pero siempre miro al futuro. Espero que usted y su marido vayan a la Argentina cuando quieran.
Isabel: Y usted, cuando quiera, está invitado.
M.: Voy a venir a ver la copa del mundo de fútbol del 2006, que yo apoyo que se haga acá.
I.: Vamos a ir a verla juntos.
M.: (Riendo) Claro que sí. Voy a venir muchas veces porque voy a vivir mucho. Mis padres vivieron hasta los 100 años.
I.: Yo también. Mi mamá tiene 98 años.
Luego llegó la hora de los regalos. El presidente, con un gesto, hizo traer primero un cuadro con caballos de Eleonor Von Endelberg. Además, sumó un poncho de vicuña y una caja de plata repujada. La reina acercó una caja con una condecoración y un retrato en foto de la pareja real con una dedicatoria. Menem agradeció: «Este retrato lo voy a poner en un lugar importante de mi casa». Felipe lo interrumpió riendo con una broma: «A cuántas mujeres les habrá dicho lo mismo». El presidente replicó: «Ya tiene un pretexto para ir a visitarme a la Argentina: ver en qué lugar puse este retrato en mi casa».
La reina amagó con desplegar el poncho y Menem se apuró a ayudarla: «¿Sabe, señora -empezó a explicarle con ademán galante y vendedor-, ésta es una tela muy buena, se llama vicuña, y en la Argentina es muy rara porque es un animal en extinción? Usted tiene que cuidarla mucho, ¿ve?». Y mientras le hablaba, extendió con sus manos el poncho y comenzó a ponérselo a la reina: «Es muy bueno para el frío; yo, por ejemplo, nunca uso sobretodo, siempre uso poncho de vicuña». Cuando llegó la hora de irse, Menem ya había vestido a la reina de colla.
Ignacio Zuleta, Londres 28 de octubre de 1998 (para el diario Ambito Financiero)